Reflexiones para abandonarse
Tomo tus besos como un hecho y todo es verdad, Ángel de mi tiempo, mañana en la que despierto alegre, noche en la que me siento inmenso. Medio día, clara mañana. Hora de la serenidad.
El destino es el instante. Cuando llegué a las mujeres ya les gustaba que les rompieran su cacahuate. A los hombres que les comieran el chile. Ámame sin temor, es algo fácil de aplicar; mira linda, yo no sé si las mujeres se entiendan en centímetros de verga, o los hombres en diámetros de culo, yo no sé, de verdad, yo no sé. El amor, quizá, sea el instante más puro, el vértigo más claro, “el silencio más fino”. Y tal vez, eso no tenga que ver ni con centímetros de verga ni con diámetros de culo.
Acontecer con vocación de estremecimiento. Beber el elixir de la sonrisa. Pisar con temperamento de atlante, fluir con instinto de tritón. Ser en el aire que soy. Toma tu laurel y tus guirnaldas. Toma mi palabra como una sortija de luz, e invítame a forjar tu alegría en la nube del cielo más transparente.
Me miró a los ojos, y susurrante me dijo: "no resistirás, siempre te daré más". Su voz, era la compuerta a una dimensión sin límite. No supe que decir. La paz es inamovible, esa hubiera sido una buena respuesta, ahora lo sé. Me dijo Melisa, cuando me habló del tipo de sexualidad extraordinaria. Yo, meneaba entusiasmada la cola, mientras él me decía: "Aquí, puedes desplegar tu luz". Entonces me entregaba a un furor indomable: “Papito, Dios, Semental,”, le decía. La obertura 1812, era, irremediablemente, siempre el inicio. Después de romper el tercer condón, por segunda vez, él se derramaba sobre mis mejillas, amplia, dulce y tranquilamente, decía Melisa, con un rubor en el rostro. Desde aquel día, nada es igual; siento que una marea desesperante me ahoga, que un ardor sofocante me asfixia. Por favor, tú que me escuchas, ayúdame, por favor, ayúdame. Despierto y recuerdo sus ojos. Siento su cuerpo. Aquí puedes desplegar tu luz. Aquí, donde el destino, es el instante.
Omitir el juicio de la razón que no hace más que procrear guerras, podría ser el evento que, suscite el alto al patético capitalismo de pírrico progreso, pues dicho sistema, al estar salvaguardado por la espada que lacera, sólo engendra pánico y terror. El que desarrolla la tecnología de la bomba atómica, conoce lo que se llama: núcleo de poder; el resto de la gente, hace lo posible por escalar en la pirámide de dicho sistema; la competitividad, es su sentido del mundo. Es la perenne búsqueda de ganancia, lo que atrapa al hombre.