lunes, septiembre 28, 2009

Canek

Hay libros que sensibilizan la voluntad del alma y nos dan luz, una luz que guía. Ese y no otro, es el caso de Canek, historia y leyenda de un héroe maya, escrito por Ermilio Abreu Gómez durante la primera mitad del siglo XX. 1940 según los registros.
Y es justamente esta luz -según mi parecer- el propósito primordial de todo arte, el tocarnos las fibras de nuestro espíritu, provocarnos encuentros y extrañamientos con nuestro mundo; y al hacerlo, este acto, esta catarsis del ser, de un modo inextricable, nos acerque a ser mejores como personas, abreve la anchura para comprender la inmensidad de nuestra dimensión intima como el individuo universal que somos.

Con la inmensidad, dice Canek, no se necesitan contar ni las estrellas ni las esporas, basta con permutar la contabilidad por una aritmética del sentimiento, el conocimiento por la emoción: que es también una manera de penetrar en la verdad de las cosas; y esto justamente que Canek aprendió de los abuelos, es lo que el filosofo alemán Friedrich Hegel en su “Fenomenología del espíritu”, denominaría: certeza sensible[1].

Pues el hombre, al ser espíritu en sí mismo, posee la capacidad y el deber incansable de comprenderlo; y al comprenderlo, comprenderse. Comprensión, vehículo posible para asirse al espíritu del universo; labor que se torna más diversa y versátil, al hacer de nuestro Otro, espejo de nuestra comprensión; pues el Otro, dotado exactamente del mismo espíritu que Yo, es mi reflejo más preciso; tal vez esta, u otra sea la intención por la que Canek dice: En la fe el espíritu descansa; en la razón vive, en el amor goza, solo en el dolor adquiere conciencia. Canek, un indio maya que piensa como indio, siente como indio, actúa como indio; pues aún después de sublevado; Canek, cuando es aprendido y se encuentra frente a la faz vorágine de su verdugo, con el estoicismo que envidiaría cualquier alemán, dice al capitán: le va faltar cordel capitán, le va faltar cordel para atar las manos de todo el pueblo, el maya frente a su muerte, conciente de que su causa es justa, asiste con gozo a su despertar; y tras sonreír a la vida que abandona, deja que la sangre escurra de sus manos como llama dócil.



[1] Es el conocimiento más rico incluso como riqueza infinita a la que no es posible encontrar límites si vamos más allá en el tiempo y en el espacio que se despliega. Este conocimiento se manifiesta, además, como el más verdadero pues aún no ha dejado a lado nada del objeto. Hegel, Fenomenología del espíritu.



[[Ángel]]