El universo de los abuelos
Sostener una tesis nunca ha sido fácil, menos aún, una que pretende quebrantar la “realidad”: homologando el quehacer literario con el filosófico y, al mismo tiempo, hacer un paralelismo de estas actividades, con el chamanismo. Tomando como base la saga de Las enseñanzas de don Juan, libro que hiciera célebre al antropólogo Carlos Castaneda, nosotros, construimos, La visión del guerrero.
No por complicada que
se muestre la empresa, hemos de abandonarla, pues, en esta hora del mundo,
donde la sociedad se ve más sometida a la bondad banal de la industria, inmersa
en un sistema que pretende homogeneizar el pensamiento, aislando lo que se
plantea como diferente; hoy nos encontramos con un problema tan grave, como el
cambio climático, cuyas consecuencias son, no podré decir devastadoras, ya que cada
quien mide la dimensión de su existencia pero el calentamiento global, la
perdida de ecosistemas, el deshielo de los polos son tan sólo advertencias
preparándonos para un futuro, se dice, promisorio; sin embargo, ahora se sabe que
cada minuto, en América
Latina, se pierden veintidós hectáreas de bosque; y no
sólo eso, sino que, el desarrollo industrializador, en su afán de crear
consumidores, fomenta autómatas egocéntricos, cambiando, de este modo, la
libertad del ser, por un modelo pautado, el rebelde con corbata. En este sentido, hemos encontrado al interior
de nuestra cultura mexicana, una serie de ideas que, como dijera el mítico don
Juan, son necesarias para que la humanidad pueda evolucionar.
Dicen que elogio en boca propia es vituperio, estoy de
acuerdo con ello; sin embargo, si he de reconocer algún valor en este trabajo,
es un valor fenomenológico, pues, lo que se pretende, es hacer una suspensión
de juicios, detener el mundo; reconocer que conocemos poco o nada acerca del
universo que nos envuelve. Del mismo modo, se intenta modificar la noción que se tiene acerca del concepto
brujería o chamanismo, situando a éste, según el imaginario colectivo, como una
práctica del mal, relacionada más con imágenes dantescas que con una
cosmovisión abstracta, cosmovisión que, enriquece la percepción que tenemos de la
vida y del acto de estar vivos.
Matamos por capricho ¿no es cierto? Quemamos gente en el
nombre de Dios. Nos destruimos a nosotros mismos; aniquilamos la vida en este
planeta; destruimos la tierra. Y luego nos ponemos un hábito y el Señor nos
habla directamente. ¿Y qué nos dice el Señor? Nos dice que si no nos portamos
bien nos va a castigar. El Señor lleva siglos amenazándonos sin que las cosas
cambien. Y no porque exista el mal, sino porque somos estúpidos. El hombre sí
tiene un lado oscuro, se llama estupidez.
Desde que las mujeres decidieron cometer los mismos errores
que el hombre, el feminismo no ha mejorado mucho el mundo, es un ejemplo y un
llamado a despertar, no de forma doctrinaria; para cambiar de un paradigma y
establecer otro. Más bien para que el hombre se dé cuenta de la intensa
profundidad de su ser, “la inmensidad, es una dimensión íntima” nos ha dicho
Baudelaire. “El misterio de ser no tiene fin. Uno es igual a todo”, nos dice don
Juan. “Yo y los múltiples fenómenos de la naturaleza son lo mismo”, se asegura
en el Tao. Una eternidad es un instante, desde cuando repetimos los mismos
patrones, tomamos las mismas decisiones, y no acertamos más que a concretar una
y otra vez, con nuestra misma tristeza, es pues el momento de cambiar, de
empezar otra era, de aceptar nuestra inmensidad y vislumbrar la verídica
grandeza del universo.
De este modo, si alguien decide consultar nuestro empeño, lo
que encontrara en él, serán referencias a la muerte, al amor, al silencio, a lo
mágico que es vivir en un mundo maravilloso y fundamentalmente indecible. Sin
embargo se habla. Se habla, por ejemplo, del sueño que tuvo Cervantes antes de
escribir el Quijote, se dice que, un caballero como un guerrero no necesita sólo
ser valiente, paciente o ingenioso, sino tener, una voluntad inquebrantable
para defender la verdad del ser. Entonces, “La vida de un guerrero no puede ser de modo alguno
sufrida, solitaria y sin sentimientos, porque se basa en su afecto, su
devoción, su dedicación a su ser amado”[1]. Ese ser amado es el
conocimiento y su relación con lo que existe, las plantas, los animales, el
prójimo. En suma, el asombroso mundo que nos rodea.
Reconsideremos nuestros pasos. Sapere aude, decía
Kant, detengamos el mundo, dice don
Juan. La visión del guerrero es una visión en busca de ser un hombre de
conocimiento, un conocimiento que es poder, un poder que es libertad; libertad
que ha sido arrebatada por el exceso de ruido y por el espejismo del
individualismo. “Las ideologías por
las que matamos, y nos matan desde la Independencia, han durado poco; las
creencias de don Juan –en cambio- han alimentado y enriquecido la sensibilidad
y la imaginación de los indios desde hace varios miles de años”, ha dicho, Octavio
Paz. Dentro de cada uno de nosotros, aún fermenta lo eterno, en nuestra
visión, todavía quedan rescoldos de paraíso. Viajemos pues, al otro lado de la
noche, y asistamos al reino de los pronombres enlazados, en donde, al interior
de cada ser, yace el vuelo de lo inmenso.
Aún queda mucho camino por recorrer, La visión del guerrero,
lo que hace, es asentar ideas antiguas para un nuevo porvenir. Enfocando, de
este modo, todo nuestro afecto y todo nuestro cariño en nuestra madre, la
matriz, nuestra maravillosa Tierra; epicentro de todo cuanto somos y hacemos; el mismo ser que nos permite el
don del asombro; el mismo ser al cual, algún día -acaso en forma de polvo- hemos de volver, al emprender nuestro viaje
definitivo. No queda pues, sino reiterar que el mundo, sin duda, es un enigma por
descubrir; hasta ahora, nada está concluido, y lo que nos espera, como lo que
nos precede, pertenece, de por sí, al infinito.
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