Impecable
Hay niveles de conciencia donde las personas pueden darse
cuenta como en realidad siempre son distintas personas las que intervienen en
su día cotidiano, constantemente, consigo mismos; mientras uno quiere degustar
apaciblemente un culo caro de redondo otro quiere ir al cine a la función de
las seis mientras por lo menos otro más está pensando las cosas de tal modo que
resulta imprescindible, ir al gimnasio, ¡hagamos esto!, grita otro, ¡Claro, eso
está bien!, asegura uno más; quien al unísono escucha “pero a este quien le
dijo que podía aprobar las cosas”. Hay otro nivel de conciencia que sabe que al
tomar una decisión todas esas personitas se van al carajo e irremediablemente,
somos Uno.
Al tomar la cerveza o al encender la televisión tomo una
decisión, todo el tiempo estoy tomando decisiones, al agarrar el tubo en el
metro, al masticar doce veces el bocado al alejarme 23 centímetros del
mingitorio porque traigo muchas ganas de hacer pipi. Al tomar cada una de esas
decisiones necesito establecer acuerdos con cada una de esas personalidades si
decido estar alegre o enojarme, llegó a un acuerdo y ejerzo una decisión.
La persona que busca su luz y sabe que su vida es el otro
lado del espejo de su muerte, que la vida y la muerte desde el principio de los
tiempos se han enamorado las muy bellas y se aman en secreto todos los días,
esa persona es un acuerdo en sí mismo. No duda. Sin sentimentalismos, piensa
con el corazón y ha tomado la última de sus decisiones, ser impecable.
No hay decisiones veámoslo así: “buenas” o “malas”, “insignificantes”
o “trascendentes”. Todas nuestras decisiones, son decisiones de cara a nuestra
muerte querida.
Es como si la bella fuera amazonas, cazadora de sepa; y en
todo momento nos estuviera acechando a una distancia moderada, invisible, esperando nuestro fin con una
paciencia insospechada en el intersticio de cada uno de nuestros actos
sonriendo, hermosa como la luna suspendida con su nácar alto en el mes de mayo.
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