viernes, abril 13, 2012

La noche movía el vaso


Cuando Agustín empezó a sentir que se estremecía la tierra, de inmediato incorporó todas sus energías a su sentido de equilibrio, corroboró el augurio presentido segundos antes cuando entre un parpadeo y otro sintió en menos de un segundo como si alguien bajara el interruptor que dota de luz al mundo, luego de un minuto la Tierra ya se sacudía con brío. ¡Angélica, Angélica!, gritaba Agustín desesperado tratando de despertar a su mujer que dormía en la habitación contigua, son segundos, son instantes; Agustín se levantó expedito para despertar a Angélica, amor despierta; ¿Qué sucede? preguntaba ella adormilada; ¡Tiembla amor, vamos levántate!, le urgía Agustín a Angélica, había pasado un minuto y la Tierra parecía seguir bailando eso lo decían las lámparas que se mecían como péndulos.

Yo no voy, ve tú, contestaba Angélica; ¡Como que no vas, quieres morir acaso!, se escuchaba gritar Agustín desesperado; No pasa nada, le respondía tranquila Angélica; Cómo sabes que no pasa nada si ve sigue temblando, es tiempo valioso, imagínate si en este momento pasara algo, te gustaría que muriéramos así, peleando, es decir, disgustados, se corregía Agustín a sí mismo casi desquiciado, solo para escuchar en respuesta la aparente tranquilidad de Angélica que decía: Yo no estoy a disgusto, simplemente te digo que no me voy a ninguna parte, ahora si quieres salirte, por mi está bien, decía aquella mujer envuelta en un gran edredón de lana.

En ese instante Agustín, buscaba su sobriedad a través de contener su desazón, y aún de pie junto a la cama, cuestionaba a Angélica: ¿Quieres decir que si me salgo y ambos morimos separados a ti te da igual? Para ese momento, Agustín no se había dado cuenta pero la Tierra parecía haber encontrado calma; y la respuesta fuese la que fuese, parecía ya no importar lo bastante como para permanecer en el cuarto.

A pesar de estar acostumbrado al verso, Agustín se propuso una prosa que saliera del ingenio y diera cuenta de los hechos, cuando en tal afán se empeñaba, Agustín atestiguó que el vaso de plástico rígido donde bebía un refresco empezó a desplazarse por la mesa de cristal sin que nadie lo moviera. La noche se mueve en el vaso, pensó Agustín.

"No puede ser, el vaso se está moviendo", era una frase que chocaba en su cerebro porque "podía ser" el hecho "existía", Agustín no pudo más y tras preguntarse reiteradamente la veracidad del hecho, gritó: ¡Oh Dios mío, que maravilla!, mientras el vaso seguía desplazándose hacia donde él estaba haciendo vibrar todos sus nervios.

Agustín de algún modo lo sabía, era técnicamente irremediable que no se enfrentara a algo así en el dos mil 12, era volver otra vez a cuestionarse la realidad, aquello que desde las nupcias prometió no volver a cuestionarse y vivir una vida sería y pensar que esta mañana no tenía la menor idea que algo así pasaría y que la noche se robustecería de truenos y relámpagos; “no hay decisiones pequeñas ni grandes, todo son decisiones de cara a nuestra muerte”, se decía Agustín para sí mismo, eso lo he leído en alguna parte, seguro que lo he leído y esto, esto que es tan real como la voz que escuchó cuando leo lo que escribo ahora mismo, se decía ya en pijama Agustín.

Tras beber un vaso con agua, Agustín se fue a dormir en silencio, el temblor de 6.9 grados Richter parecía que había sido inocuo para la infraestructura de la ciudad pero no para su relación con Angélica, la cual parecía que se había derrumbado y si no por lo menos se había abierto una fisura en una parte muy profunda. Tres horas después de que a Agustín se le escuchó el primer ronquido, la noche volvía a estremecerse sin que Agustín ni Angélica se dieran cuenta.