Generación rebelde
Nadie, al otro día nadie. Hoy, entre los edificios una medialuna enrojecida y menguante, el ruido de la avenida que perfora la plaza. De la iglesia de Santiago de Tlatelolco se desprende un olor a cadáver, entre 2 de abril y 15 de septiembre pasaron las balas portando el mensaje de la barbarie, desde el edificio del ministerio del exterior francotiradores tiraban a matar los sueños; las piedras contemplaron la masacre, bajo los condominios las libretas, los zapatos, la sangre esparcida en esa tribuna milenaria, pero al otro día, el estado del clima como nota principal.
Hay quienes dicen, que esporádicamente en todo el mundo hay errores en cuanto a operativos de seguridad pública y es cuando pasan las matanzas, los asesinatos dirigidos a estudiantes y a asalariados por alterar el orden público, por atreverse a pensar distinto.
Lo que pasó en Tlatelolco en el 68, también aconteció en el mundo. Ese año el planeta se inflamó. Parecía que surgía una consigna universal. Tumultos y motines en Praga y en Paris, en México y en Chicago, en Belgrado, en Roma y en Turín también; las calles y las avenidas se convirtieron en símbolos de una generación rebelde, universitarios y universidades cuestionando el orden establecido, ¿para qué tanto electrodoméstico si la vida sigue siendo una miseria? las pastas dentríficas, la tristeza de los microbuses; ¿todo esto hacia donde nos lleva? No es mejor negar todo lo que el hábito lame y hacer que el mundo nazca de nuestros ojos.
Ante tales demandas, la represión y la agresión sinónimo de regresión son eminentes por parte de los órganos del dominio, por los ostentadores del buen gusto y del sano orden de lo establecido.
Pero basta con ver como un cocodrilo mastica las nalgas a Madona en una pagina de internet o como en el mundo los retrovirus ya son tan comunes como los retrovisores; como buscamos la dicha hasta en los detergentes; y cómo a los arzobispos -cuando los entrevistan- no hacen más que poner su cara de pederastas; basta pensar en pocas cosas para darse cuenta que desde el 68 a la fecha, el mundo ha cambiado y no.
En aquel entonces Díaz Ordaz, asumió la responsabilidad de los hechos acontecidos en la Plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, es decir, dijo: ¡Sí, yo fui ¿y?!
Hace unos días el Tribunal Electoral, le dijo a la nación: sí, Vicente Fox intervino en las elecciones y también las organizaciones empresariales; ¿y qué con eso, si es bien sabido que los presidentes pueden eludir a los tribunales y a los magisterios?
Pero eso, lejos de ser un sino exclusivamente mexicano es, una epidemia planetaria. Durante plena primavera las rejas de los bulevares parisinos denunciaban: policía por todos lados, justicia por ninguna parte. Las movilizaciones eran mayores a las de mayo del 68 en rechazo a los contratos basura, el contexto un tanto similar: la depresión social, la clase media desesperada y desesperanzada, la responsabilidad de una hipoteca que acaba por frustrar toda expectativa de vida.
Cuando a los jóvenes les desilusiona el mundo dado por sus padres, cosas dadas como la guerra, el hambre, el terrorismo, las ciudades que desprenden un aroma a tristeza, o plazas publicas donde se conmemoran las masacres; entonces surge una necesaria y legitima aspiración al rompimiento con el sistema, el tomarnos la molestia de ablandar los ladrillos, el ser realistas y pedir lo imposible, renunciar a las corbatas, a las tabulaciones, dejar estrictamente prohibido prohibir, rechazar los lugares donde uno tan sólo tiene la libertad para obedecer.
¿Para qué nos sirve pagar una monografía con una tarjeta bancaria?
¿Qué justifica una democracia que no sirve para nada?
¿Será cierto que los desodorantes enloquecen a las chicas?
En México las generaciones posteriores al 68, por lo general somos alumnos graduados de la alta escuela del canal cinco, donde nos han enseñado como en esta vida hay que aspirar al goce de lo efímero, a vivir en la vertiginosidad de la tele como en la prisa de la ciudad, ahí nos acostumbraron a la asfixia de la imagen para no padecer la asfixia de la oficina o el agobio de la burocracia.
Hay quienes dicen, que esporádicamente en todo el mundo hay errores en cuanto a operativos de seguridad pública y es cuando pasan las matanzas, los asesinatos dirigidos a estudiantes y a asalariados por alterar el orden público, por atreverse a pensar distinto.
Lo que pasó en Tlatelolco en el 68, también aconteció en el mundo. Ese año el planeta se inflamó. Parecía que surgía una consigna universal. Tumultos y motines en Praga y en Paris, en México y en Chicago, en Belgrado, en Roma y en Turín también; las calles y las avenidas se convirtieron en símbolos de una generación rebelde, universitarios y universidades cuestionando el orden establecido, ¿para qué tanto electrodoméstico si la vida sigue siendo una miseria? las pastas dentríficas, la tristeza de los microbuses; ¿todo esto hacia donde nos lleva? No es mejor negar todo lo que el hábito lame y hacer que el mundo nazca de nuestros ojos.
Ante tales demandas, la represión y la agresión sinónimo de regresión son eminentes por parte de los órganos del dominio, por los ostentadores del buen gusto y del sano orden de lo establecido.
Pero basta con ver como un cocodrilo mastica las nalgas a Madona en una pagina de internet o como en el mundo los retrovirus ya son tan comunes como los retrovisores; como buscamos la dicha hasta en los detergentes; y cómo a los arzobispos -cuando los entrevistan- no hacen más que poner su cara de pederastas; basta pensar en pocas cosas para darse cuenta que desde el 68 a la fecha, el mundo ha cambiado y no.
En aquel entonces Díaz Ordaz, asumió la responsabilidad de los hechos acontecidos en la Plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, es decir, dijo: ¡Sí, yo fui ¿y?!
Hace unos días el Tribunal Electoral, le dijo a la nación: sí, Vicente Fox intervino en las elecciones y también las organizaciones empresariales; ¿y qué con eso, si es bien sabido que los presidentes pueden eludir a los tribunales y a los magisterios?
Pero eso, lejos de ser un sino exclusivamente mexicano es, una epidemia planetaria. Durante plena primavera las rejas de los bulevares parisinos denunciaban: policía por todos lados, justicia por ninguna parte. Las movilizaciones eran mayores a las de mayo del 68 en rechazo a los contratos basura, el contexto un tanto similar: la depresión social, la clase media desesperada y desesperanzada, la responsabilidad de una hipoteca que acaba por frustrar toda expectativa de vida.
Cuando a los jóvenes les desilusiona el mundo dado por sus padres, cosas dadas como la guerra, el hambre, el terrorismo, las ciudades que desprenden un aroma a tristeza, o plazas publicas donde se conmemoran las masacres; entonces surge una necesaria y legitima aspiración al rompimiento con el sistema, el tomarnos la molestia de ablandar los ladrillos, el ser realistas y pedir lo imposible, renunciar a las corbatas, a las tabulaciones, dejar estrictamente prohibido prohibir, rechazar los lugares donde uno tan sólo tiene la libertad para obedecer.
¿Para qué nos sirve pagar una monografía con una tarjeta bancaria?
¿Qué justifica una democracia que no sirve para nada?
¿Será cierto que los desodorantes enloquecen a las chicas?
En México las generaciones posteriores al 68, por lo general somos alumnos graduados de la alta escuela del canal cinco, donde nos han enseñado como en esta vida hay que aspirar al goce de lo efímero, a vivir en la vertiginosidad de la tele como en la prisa de la ciudad, ahí nos acostumbraron a la asfixia de la imagen para no padecer la asfixia de la oficina o el agobio de la burocracia.
A los autores del genocidio del 2 de octubre no se les ha castigado; en el país, la impunidad sigue siendo una vergüenza nacional; las fiscalías simulan que buscan la justicia, y después de 38 años el banquete sigue. Los que sienten excitación por las tanquetas, quieren reducir a los jóvenes al simple reflejo de su esperanza y desearían que nuestra memoria se perdiera con la distancia, ellos son los que hacen de la imagen del Rebelde, una telenovela donde todos los estudiantes usan corbata.
ROJAS
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