lunes, noviembre 27, 2006

Periplo pleno


[Foto: Karolina Mtz]

Ciertos días, alrededor de las nueve veintinueve de la mañana, amodorrado y soporoso, tomo dos periódicos, un café y tres cápsulas de dinamita; ¡basta ese sólo hecho!, para que unos ánimos catastróficos me invadan todo el cuerpo y me sacudan la apatía y el letargo.

Las depresiones tropicales, las compras de pánico y las amenazas a la economía mundial, me enturbian y atribulan la mirada; por mis pupilas se esparce el napalm, las bombas de racimo, la polio de los políticos polígamos y corruptos; ¡por si fuera poco!, por la retina se me adentra el azoro con todo y una persona vestida de astronauta, intentando limpiar el óleo de las alas de un pelícano moribundo, que yace mórbido sobre la playa.

¡Cuanta destrucción! hasta llegar al crecimiento económico, ese incremento en las cifras macroeconómicas que tanto gusto le da al bruto de nuestro interno producto. Cuántos bosques y cuántas selvas, en cuántos muertos reposa el confort de nuestras trémulas urbes -me cuestiono con penumbra- …entonces… los pesimismos, los clasismos y los cataclismos ¡estallan en mis manos!

¡A tan tempranas horas!, darse cuenta como el mundo se va deteriorando, destruyendo; advertir como un ilustre ciudadano norteamericano, requiere ¡cinco hectáreas de un ecosistema!, para mantener su consumo promedio de bienes y servicios. Enterarse que OK Tedi, lejos de ser el nombre de un osito de felpa, es una infame mina en Papúa, Nueva Guinea; de donde se extrae el cobre, donde a los mineros se les pudren los pulmones y se les destroza el medio ambiente a los Wopkaimi -oriundos del lugar- pero según dice la nota, es con el cobre de esa mina, con la que nuestros cívicos y magníficos edificios se dotan de tuberías, y a nosotros nos llega el agua caliente y el agua fría.

Con la perspicacia de una nuez, deduzco que los electrodomésticos tarde o temprano, terminarán por destruir el planeta.

¡Terroristas!, terroríficos pronósticos perturban mi carne, ¡Todo a mi rededor explota!, no puedo dar un paso sin sentir como se estremece la tierra, sin palpar la cantidad de cosas infames que acontecen en un instante, sin darme cuenta como basta un parpadeo para que se extinga un ser vivo, tal vez un niño disfrazado de daño colateral; y junto con él, una célula, una parte de mi organismo.

En cada esquina hallo una desgracia, ¡una catástrofe!; a cada paso me tropiezo con flagrantes familias famélicas, pernoctando bajo los puentes y bajo las alcantarillas, no puedo dar un paseo por el barrio, sin encontrarme con la pesadumbre de las cariátides de los edificios públicos, a punto de derrumbarse al no soportar tanto burócrata sepultado en un cúmulo archivos muertos.

Invariablemente, en todos lados y a todas horas, un anónimo ánimo atónito detona en cada uno de mis poros; la volatilidad del precio del petróleo incinera mis nervios y disgrega mis cenizas por el aire.

Y es que mi personalidad de gaznápiro grandilocuente y mi condición de nefelibata con idiosincrasia de triciclo, me hacen suponer cada cosa tan espeluznante, tan horrenda; que el simple batir de alas de una mariposa, como el destapar doscientas docenas de coca-colas cada segundo en todo el mundo, me hace tener premoniciones de magnitudes apocalípticas.

Aunque he intentado consolarme, alienarme, y distraerme viendo programas de televisión que exigen muerte cerebral, no logro calmar la calamidad de mis presentimientos de hecatombe.

Y por más que intento arrodillar mis razonamientos ante la pantalla, todos los días amanezco sedicioso, con el cabello todo revoltoso y con un resabio contumelioso impregnado en la viscosidad de mi saliva.

Con afanes terapéuticos, me he refugiado en las iglesias y en los cultos a la moda, pero ni las nalgas de una modelo, ni el musitar salmodias, me han hecho claudicar de mis críticos criterios de crisis inminente.

Fue hasta que me interese por las biólogas y por la biología (más por las biólogas que por la biología, hay que reconocerlo), que mis maniacos hábitos sucumbieron. Ante mi se abrió un nuevo panorama.

Si antes despreciaba todo lo que supusiera desperdicio, ahora he podido apreciar la vitalidad que hay en un tronco podrido, observar la cantidad de vida y de seres vivos que ahí conviven; donde antes percibía una desgracia, ahora vislumbro esperanza. ¡Qué es la biología, sino una forma de asir la vida!


Que otros sublimen costumbres momentáneas o que pregonen el catecismo dentro de las catedrales; en lo que a mi respecta, prefiero recibir con algarabía y albricias la bastedad que supone la vida.

Con ella -con la biología- encontré el modo de evadir la inevitable desgracia, como transformar las catástrofes en catarsis; con ella -con la bióloga- encontré como la felicidad se fermenta a cada instante, en cada momento en el que nuestras bocas se tocan, se besan y se expanden.

Con tal gusto asisto ahora a la vida, que me resulta imposible no detestar el devastar cotidiano, la monotonía de la ignominia y la infinita infamia que a diario azota la realidad cotidiana de nuestro planeta.

ROJAS
[Deshielo]
[Foto:Ap]