lunes, noviembre 27, 2006

A estas alturas del día



Sentado al borde de un acantilado que está cercano al lugar donde habito, miro la ciudad y su tumulto: el metro encarrilado con su típico olor a “pasuco”, unos microbuses atestados y tambaleantes, y el ubérrimo, diario tráfico del periférico,. Intento retener en mi mente un efímero instante, un fugaz segundo; y veo, como al tiempo que una bocanada de humo sale por una ventanilla, una niña vende cigarrillos; alguien limpia un parabrisas mientras los semáforos enverdecen y los cláxones pitan. No es entonces -me pregunto- el hábito de mi costumbre, una araña, que cotidianamente, me teje su telaraña en lo cóncavo de mis párpados, en lo convexo de mis pupilas.

Será acaso la victoria de la rutina, lo que ha terminado por “occidar” la “imaginancia”. A qué se deberá entonces, que algunos, les de por dar las cosas por dadas, por irrefutables; y se aferren a tener mejores carros, como si con eso fueran a ser mejores personas; a no imaginar otro mundo, que en realidad podría ser mejor y también posible.

Mientras la ciudad -ante mi- acontece, trato de recordar el momento en que el queso y la leche, dejaron de proporcionar calcio, para convertirse únicamente en productos grasos que afectan el buen cuidado de los márgenes humanos; ¿cuándo se extinguió el “homo sapien” y nació el “homo zapping”? ¿Será la nata diaria que se respira en esta ciudad, lo que afecta a las neuronas?

A qué se deberá entonces, que en estos días desabotonarse la camisa signifique irse desprendiendo de botón en botón la personalidad, que al lavarnos la dentadura, tengamos el augurio de que las pastas dentales, a la larga y si se usan como es debido, nos brindarán sonrisas de padrillo. Al dormir, suele causar insomnio, la carencia de las dosis diarias de cataclismos que nos proporcionan los noticiarios; y solemos recriminarnos el hecho de no estar bien (in)formados.

No faltará quien afirme, que a estas alturas desde donde miro, me falta el oxígeno, pero no por ello, dejará de impresionarme el hecho de que el hombre haya podido enviar una sonda espacial a Marte; sin embargo, parezca imposible, resolver el problema del Hambre; cómo es que los de mi especie, que viven donde yo mismo habito, contaminen el agua para construir misiles y armas nucleares.

¡Es tan triste saber como vamos de generaciones en degeneraciones y de construcciones en destrucciones!

Por eso, en esos días en los que me encuentro al borde de los acantilados, invariablemente, me entran unas ganas de precipitarme más allá de los márgenes de una hoja; y bolígrafo en mano, narrar estos días miserables y cotidianos, que en realidad no pasan; y no pasan, porque siguen pasando, ante lo cóncavo de mis parpados, ante lo endurecido de mi carne.
ROJAS