¡Alto al fuego permanente!
[Foto: Reuters]
Que nuestra iris padezca una severa midriasis, a causa del azoro que produce el ver cómo andan las cosas en el mundo, es algo - que al comentarlo- ya no le produce el más leve asombro a nadie. Sin duda, el hábito es la esclavitud a la que nuestra libertad nos condena.
Y es que de las múltiples maneras de estar en el mundo, los gobiernos y los empresarios, dictan: "en este mundo hay que andar con miedo". Miedo de salir a la calle, miedo de perder el empleo y la castidad, miedo al que dirán, miedo a Irán y al eje del mal y a todo desarrollo nuclear que se haga sin el consentimiento imperial; y en medio del miedo que difunden los medios, se despliegan las campañas de odio, las guerras sucias y los informes de las guerras santas.
El fuego del cielo os llenará de espanto, dice el Corán, libro sagrado de los musulmanes; dos millones de niños han muerto en la última década, dice la ONU, órgano “regulador” entre las naciones.
Dos millones de vidas cercenadas por la barbarie y la miseria humana, dos millones de daños colaterales, vidas infantes hechas incidencias, pequeños costos en nombre de la libertad y del progreso democrático. Durante diez años, cada hora, 23 niños fallecieron a consecuencia de conflictos bélicos, del entendimiento y del enfrentamiento entre los Estados con bombas de por medio.
Si por un instante pudiéramos captar por alguno de los sentidos la hecatombe humana, ya no digo por el sentido común, ya que eso nos haría caer en la obviedad de que los cadáveres se descomponen con mucha mayor facilidad que los automóviles. No. Me refiero a un sentido como el del olfato, por ejemplo; si por un breve tiempo, apenas el necesario para inhalar hondamente la podredumbre de la guerra; al alcance de nuestra nariz estuvieran 20 estadios aztecas repletos de esos costos de guerra, de esos infantes e infames daños colaterales. A caso el aroma de la muerte no nos taladraría los pulmones.
Sin embargo, día a día las abyecciones arrecian. El miedo se esparce por doquier. Las medidas antiterroristas producen mayor espanto que el propio terrorismo. Basta con hojear algún periódico para ver como el hombre no puede dejar de vejar al hombre, como la usanza de la matanza más que novedad se ha convertido en monotonía mundial.
El doce de Julio de 2006 en Miedo Oriente cundió el pánico nuevamente, los pueblos de esta región, israelíes, libaneses y palestinos, han vivido demasiado tiempo en un clima de miedo, terror y violencia, dice la secretaria de Estado del imperio. Y en efecto, Todo ha vuelto a ser blanco en Líbano, asegura la siguiente nota.
Toneladas de dinamita estallan en el suelo, jornadas de terror y sangre envuelven las ciudades libanesas, truenos y tinieblas ensombrecen las ciudades, cielos iluminados de aureolas sulfúreas, la televisión nos acerca las imágenes dantescas a las tempranas horas de nuestro siglo XXI; y tal como dice la letra sagrada, el fuego del cielo nos llena de espanto .
No sólo en México se lucha por Tierra y Libertad, la demanda es tanto utópica como ubicua. En Medio Oriente también la desigualdad y el despojo descarado, hacen que el odio se esparza de generación en degeneración, de ser humano a ser inhumano; de modo tal que, la realidad es tan endeble, tan frágil, que día a día se transpira una espiral en ruinas, el miedo y el odio se revuelven y explotan; y desde pequeños, los mutilados, los niños huérfanos y todos los agraviados, no pueden concebir otra aspiración que la de graduarse de dinamita humana, de ganarse la trascendencia irguiéndose como heraldos de la venganza.
Hezbollah (partido de Dios), al igual que Hamas, no es un estado: es un movimiento social y político, armado hasta los tuétanos y escudado tras el Corán, este partido político utiliza el terrorismo para obtener poder, y no tiene por estructura más que a musulmanes chíes, la primer minoría libanesa, y claro, el financiamiento de su vecino del norte: Irán.
En Palestina, Hamas también fue una guerrilla opositora a Israel, en variadas ocasiones echó mano del terrorismo, hoy, es un gobierno elegido democráticamente.
Durante las décadas de 1930 y 1940, terroristas israelíes plantaron bombas por toda Palestina, tomando como blancos tanto a soldados británicos como a civiles palestinos. Aquel grupo se llamaba el Irgún, y estaba formado por nacionalistas judíos cuyos hijos ahora forman parte de la elite gobernante israelí.
En estos momentos, Beirut es una ciudad fantasma, Medio Oriente vuelve ha ser la palestra de la ignominia humana, el escenario donde combaten los poderes, donde el capital demanda para sí las rutas comerciales y disfraza la barbarie de guerra santa.
Estados Unidos, aliado sempiterno de Israel, exige la abolición total de Hezbollah porque sabe que al hacerlo, le dará un duro acicate a Irán, a quien le demanda el cese inmediato de su desarrollo nuclear; el imperio exige cosas que jamás estaría dispuesto a hacer, justo como lo hace en ámbitos diferentes al negocio de la guerra, exige abolición de aranceles y subsidios pero se niega a hacer lo propio.
Y mientras el mundo entero mira una desgracia, los dueños del capital se relamen los labios, al ver en la destrucción una oportunidad, la oportunidad inmobiliaria de la reconstrucción, la alza en las acciones de la industria armamentística, la ocasión para apoderarse de una región geopolíticamente estratégica, tal como se ha hecho con Afganistán y con Irak. Se dice que se lucha contra el terrorismo, pero los defensores de la paz y la democracia conminan a los habitantes de Saida, capital del sur de Líbano, a abandonar su ciudad con un racimo de bombas de racimo.
Hasta el momento hay más de 400 muertos, en su mayoría civiles, niños y mujeres; medio millón de desplazados por el terror; y por si fuera poco, Israel advierte que, dejará a Líbano con un retraso de 20 años en infraestructura; y ha amenazado de con destruir 10 edificios de las ciudades al sur de Líbano, en respuesta a cada inconformidad revestida de cohete.
Sobhi, habitante de una ciudad del sur de Líbano, dice: no puedo aguantar día y noche los cohetes que estallan a mi alrededor. ¿Por qué cada cinco o seis años padecemos esto? Los libaneses estamos enamorados de la vida, queremos la paz.
Y es que de las múltiples maneras de estar en el mundo, los gobiernos y los empresarios, dictan: "en este mundo hay que andar con miedo"
El fuego del cielo os llenará de espanto, dice el Corán, libro sagrado de los musulmanes; dos millones de niños han muerto en la última década, dice la ONU, órgano “regulador” entre las naciones.
Dos millones de vidas cercenadas por la barbarie y la miseria humana, dos millones de daños colaterales, vidas infantes hechas incidencias, pequeños costos en nombre de la libertad y del progreso democrático. Durante diez años, cada hora, 23 niños fallecieron a consecuencia de conflictos bélicos, del entendimiento y del enfrentamiento entre los Estados con bombas de por medio.
Si por un instante pudiéramos captar por alguno de los sentidos la hecatombe humana, ya no digo por el sentido común, ya que eso nos haría caer en la obviedad de que los cadáveres se descomponen con mucha mayor facilidad que los automóviles. No. Me refiero a un sentido como el del olfato, por ejemplo; si por un breve tiempo, apenas el necesario para inhalar hondamente la podredumbre de la guerra; al alcance de nuestra nariz estuvieran 20 estadios aztecas repletos de esos costos de guerra, de esos infantes e infames daños colaterales. A caso el aroma de la muerte no nos taladraría los pulmones.
Sin embargo, día a día las abyecciones arrecian. El miedo se esparce por doquier. Las medidas antiterroristas producen mayor espanto que el propio terrorismo. Basta con hojear algún periódico para ver como el hombre no puede dejar de vejar al hombre, como la usanza de la matanza más que novedad se ha convertido en monotonía mundial.
El doce de Julio de 2006 en Miedo Oriente cundió el pánico nuevamente, los pueblos de esta región, israelíes, libaneses y palestinos, han vivido demasiado tiempo en un clima de miedo, terror y violencia
Toneladas de dinamita estallan en el suelo, jornadas de terror y sangre envuelven las ciudades libanesas, truenos y tinieblas ensombrecen las ciudades, cielos iluminados de aureolas sulfúreas, la televisión nos acerca las imágenes dantescas a las tempranas horas de nuestro siglo XXI; y tal como dice la letra sagrada, el fuego del cielo nos llena de espanto
No sólo en México se lucha por Tierra y Libertad, la demanda es tanto utópica como ubicua. En Medio Oriente también la desigualdad y el despojo descarado, hacen que el odio se esparza de generación en degeneración, de ser humano a ser inhumano; de modo tal que, la realidad es tan endeble, tan frágil, que día a día se transpira una espiral en ruinas, el miedo y el odio se revuelven y explotan; y desde pequeños, los mutilados, los niños huérfanos y todos los agraviados, no pueden concebir otra aspiración que la de graduarse de dinamita humana, de ganarse la trascendencia irguiéndose como heraldos de la venganza.
Hezbollah (partido de Dios), al igual que Hamas, no es un estado: es un movimiento social y político, armado hasta los tuétanos y escudado tras el Corán, este partido político utiliza el terrorismo para obtener poder, y no tiene por estructura más que a musulmanes chíes, la primer minoría libanesa, y claro, el financiamiento de su vecino del norte: Irán.
En Palestina, Hamas también fue una guerrilla opositora a Israel, en variadas ocasiones echó mano del terrorismo, hoy, es un gobierno elegido democráticamente.
Durante las décadas de 1930 y 1940, terroristas israelíes plantaron bombas por toda Palestina, tomando como blancos tanto a soldados británicos como a civiles palestinos. Aquel grupo se llamaba el Irgún, y estaba formado por nacionalistas judíos cuyos hijos ahora forman parte de la elite gobernante israelí.
En estos momentos, Beirut es una ciudad fantasma, Medio Oriente vuelve ha ser la palestra de la ignominia humana, el escenario donde combaten los poderes, donde el capital demanda para sí las rutas comerciales y disfraza la barbarie de guerra santa.
Estados Unidos, aliado sempiterno de Israel, exige la abolición total de Hezbollah porque sabe que al hacerlo, le dará un duro acicate a Irán, a quien le demanda el cese inmediato de su desarrollo nuclear; el imperio exige cosas que jamás estaría dispuesto a hacer, justo como lo hace en ámbitos diferentes al negocio de la guerra, exige abolición de aranceles y subsidios pero se niega a hacer lo propio.
Y mientras el mundo entero mira una desgracia, los dueños del capital se relamen los labios, al ver en la destrucción una oportunidad, la oportunidad inmobiliaria de la reconstrucción, la alza en las acciones de la industria armamentística, la ocasión para apoderarse de una región geopolíticamente estratégica, tal como se ha hecho con Afganistán y con Irak. Se dice que se lucha contra el terrorismo, pero los defensores de la paz y la democracia conminan a los habitantes de Saida, capital del sur de Líbano, a abandonar su ciudad con un racimo de bombas de racimo.
Hasta el momento hay más de 400 muertos, en su mayoría civiles, niños y mujeres; medio millón de desplazados por el terror; y por si fuera poco, Israel advierte que, dejará a Líbano con un retraso de 20 años en infraestructura; y ha amenazado de con destruir 10 edificios de las ciudades al sur de Líbano, en respuesta a cada inconformidad revestida de cohete.
Sobhi, habitante de una ciudad del sur de Líbano, dice: no puedo aguantar día y noche los cohetes que estallan a mi alrededor. ¿Por qué cada cinco o seis años padecemos esto? Los libaneses estamos enamorados de la vida, queremos la paz.
¡Alto al fuego permanente!
ROJAS
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